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Jornadas/presentaciones

Traumatismos de la lengua en el sujeto autista

autor

Pilar Foz Rocafull

Psicoanalista i Logopeda

Mirades singulars; abordatges plurals, Autisme i Atenció Precoç
   

 

Resum

Paraules claus 

Palabra, lenguaje, fragilidad

Este artículo propone una reflexión sobre cómo el niño autista se apropia de su lenguaje. Empezar a hablar, tomar la palabra le permite la construcción del mundo simbólico, imaginario y real, vemos en esa intersección las dificultades del sujeto autista para hacerse un lugar, dado que no dispone de los significantes con los que podría identificarse.

 

“Lo precario, es la transición hacia el Otro. Ese vector que parte del bucle del hablar para sí y va hacia el Otro”1.

El lenguaje se introduce en el ser humano a través de lo que llamamos laleo o balbuceo. Esta lengua primera que observamos en la mayor parte de niños, muestra la satisfacción y las sensaciones  agradables que el bebé descubre muy tempranamente y que lo conectan con los otros en un intercambio separado de toda significación. Esta lengua primera al mismo tiempo también se articula y vehiculiza afectos entre el niño y los otros. Apreciamos en este laleo una entonación, un ritmo que aunque no es aún el lenguaje propiamente dicho ya podemos considerar que es la matriz que dará lugar al desarrollo de la palabra. Con el balbuceo se producen entonces, los primeros intercambios entre el infans, los objetos y los otros.

Jacques Lacan, psicoanalista francés dictó en 1975 una conferencia titulada: Conferencia en Ginebra sobre el síntoma. Lacan considera aquí que el lenguaje es anterior a la palabra y que el hecho de que el ser humano pueda llegar a decir algo: “es una prueba de que hay una criba que se atraviesa”2, esta criba es la reformulación de la metáfora fundamental del lenguaje como el agua que cae, fórmula que viene de Saussure, en el esquema de la lluvia donde diferencia el significante del significado.

Como sujetos hablantes, entramos en el campo del lenguaje a través del puro placer sonoro, la lengua se recibe y se sufre, y deja marcas que tendrán una incidencia sobre el cuerpo. El sujeto es hablado por el otro antes de empezar a hablar. La palabra, de algún modo, preexiste para cada uno de nosotros antes incluso del nacimiento. Este -materialismo de la palabra-, estos restos o huellas que quedan del encuentro con el Otro, permitirán que, a través de vías sintomáticas singulares, cada cual encuentre la manera de construir su mundo simbólico, imaginario y real.

Recuerdo un relato de una madre al describir cómo se movía su hijo en la barriga: “era como un alien”, decía, y efectivamente vimos cómo ese significante alien dejó su marca en este sujeto años después. El  significante nombra al sujeto, lo captura, aunque en la mayoría de las ocasiones éste lo desconozca.

Para que el niño pueda empezar a decir algo, a dirigirse a los otros es necesario consentir, hablar es ya un decir que sí, es una afirmación primordial, lo que Freud llamaba la Bejahung, y tiene que ver con ese momento inaugural en el que empieza a constituirse el mundo simbólico para el niño, un mundo regulado por las leyes del lenguaje y del afecto.

 

Un lenguaje no anudado al sentido

En la primera infancia, momento muy precoz del sujeto, cristalizan ya los primeros malestares que más tarde darán lugar a algunos síntomas más o menos graves. Es así como vemos aparecer en los CDIAP a algunos sujetos que presentan desajustes o disarmonías en la construcción del cuerpo y la palabra. Nuestra tarea es poner cierto orden y formalización en esta fenomenología tan diversa.

Entendemos el autismo no como una suma de déficits, lo que falta y está en menos, sino como una sintomatología referida a un sujeto cuya singularidad es única.  

El autista es un sujeto vulnerable que no dispone de un significante que lo represente, no se orienta con “yo soy tal cosa o yo tengo tal otra”; nuestro trabajo se desprende de ahí de acoger su singularidad, sus rasgos sintomáticos que marcan las condiciones de un posible tratamiento. A partir de ahí, ubicándonos en el lugar de un partenaire, iniciaremos un recorrido que posibilite la restitución de una forma u otra de defensa frente a una realidad que en demasiadas ocasiones se le vuelve muy invasiva, por ejemplo, el hecho de que se tape los oídos nos da una señal de que no siempre puede discernir las variedad de significaciones que le vienen de los otros y a menudo se le impone el ruido de la lengua.

La palabra permanece exterior a él, no habita el lenguaje aunque esté en la lengua. Esto lo podemos ver cuando en ocasiones empiezan a hablar de forma ecolálica, tomando las palabras de los otros y repitiéndolas hasta el infinito hasta que encuentran alguna conexión, a menudo a través de algún objeto, y logran anudarla pudiendo entonces tomar la palabra y hacerla suya aunque con sus limitaciones.

El lenguaje se presenta para el autista con diferentes modalidades, para unos se trata del encapsulamiento, es decir, esa defensa férrea hacia el otro que no deja ni una mínima brecha, ninguna vía de acceso por donde acercarnos. El sujeto se construye un mundo a su medida y se protege, ya que no dispone de herramientas simbólicas que lo ordenen; por esto se instalan en una burbuja como modo más extremo. Hablamos seguramente de los casos más graves, son sujetos fragmentados,  frágiles, dónde cuerpo y palabra no han encontrado el modo de engancharse.

En otros casos vemos características muy diferentes, cuando el autista es más bien verboso, cuando salen de su mutismo y habla sin decir, sin enunciación que sostenga esa palabra. Tenemos, por ejemplo,  el caso Donna Willians, ella escribe parte de su experiencia en el libro titulado: Alguien en algún lugar. Sitúa las diferentes vías que tiene el autista de tomar la palabra sin que la angustia lo paralice: “la persona que sufre de autismo sólo puede hablar corrientemente con la condición de engañar y poner trampas a su mente haciéndole creer que lo que tiene que decir carece de toda importancia emocional o que su discurso no está destinado directamente al interlocutor o también que la conversación no tiene ningún contenido afectivo”3. El común denominador es que la palabra no vehiculice nada íntimo del sujeto.

Otra posibilidad son los casos que tan bien conocemos en los CDIAPs y cuya característica es hablar con una cierta verborrea, un lenguaje casi caricaturesco a través de películas, cuentos u otras ficciones. En lugar de hablar de sí mismos, hablan a través de personajes o invenciones de las que toman algunos trazos de identificación. Por ejemplo Nil, un niño de tres años, habla a través de la película de Cars y Toy Story. Todas sus palabras y sus frases remiten a estas películas y por medio de ellas puede atravesar algo del orden del afecto; es como si fuera una lengua privada, no extraída del Otro del significante, pero con ella se relaciona mínimamente con los otros, dándole una cierta estabilidad. Su enunciación es rígida y sólo trasmite informaciones desprovistas de emoción. Al mismo tiempo la voz, en estos casos, es algo artificial, más bien robótica, poco modulada en el tono y monótona. Con  repertorios muy repetitivos y fijados a un mismo monotema. Estas frases son enunciadas en una metonimia infinita que acompaña a los objetos, donde al mismo tiempo, está completamente ausente el anudamiento a un sentido.

Todas estas variaciones respecto al lenguaje y la palabra en el autismo son modalidades que dan cuenta de la precariedad, la fragilidad que tienen estos sujetos para asumir la relación y el dialogo con los otros. Salir del bucle del hablar para sí y tomar la palabra para dirigirse hacia el Otro, es en esta transición donde podemos acompañarles, respetando sus recorridos, acogiendo sus objetos y sus elaboraciones.

 

Conclusión

La especificidad de los CDIAP en el campo de la primera infancia nos ha permitido durante años investigar alrededor de la respuesta que cada sujeto da frente al trauma que lo habita. Los más pequeños se han convertido en el objeto de una batalla en la que el amo del siglo XXI trata de imponer sus significantes segregativos. Nuestro trabajo está destinado a ir a contrapelo de esta imposición.

El autista tiene algo que decir, siempre y cuando tenga alguien para escucharlo. Dar lugar al sujeto, acoger de la buena manera aquello que no va o que no funciona en  la clasificación, nos permite establecer un vínculo transferencial con el niño y su familia, un lazo que está más allá de los ideales  de la época. 

 

Notas:

  1. Miller,  J. A.:El ultimísimo Lacan, Paidós. Bs. As., 2013, pág. 76-77.
  2. Lacan, J.:  “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, en Intervenciones y Textos 2. Manantial, Buenos Aires, 1988, pág. 129.
  3. Willians, D.:Alguien en algún lugar, N.E.ED ediciones, Barcelona, 2012.

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